Los carismas, sus obras, sus bienes, su pobreza

La crisis que vivimos se debe también a la marginación de los carismas de la vida pública. Y por una responsabilidad mutua, tanto de los carismas como de las instituciones políticas, económicas y civiles. Pero cuando faltan carismas en la esfera pública, faltan con ellos recursos coesenciales para primero ver y luego resolver problemas sociales esenciales y vitales para las sociedades, como las nuevas formas de miseria, exclusión, conflictos, soledades. Y así faltan las grandes innovaciones civiles y humanas, que dependen siempre de la capacidad de ver las cosas invisibles e importantes, capacidad que surge del excedente antropológico propio de los lugares de gratuidad, es decir, de los lugares habitados por carismas. El mercado es uno de los inventos humanos más extraordinarios que conoce la historia, porque ha fortalecido y ampliado enormemente el dominio de nuestras libertades y relaciones; pero el mercado no puede ser un sustituto de la gratuidad, aunque pueda ser un aliado de ella.

La palabra carisma, y la otra profundamente asociada a ella, gratuidad, son de hecho palabras desgastadas por el tiempo y sobre todo por las ideologías. Carisma y gratuidad, es decir, charis (que es la raíz de ambas: esta raíz común ya debería decir mucho por sí misma), se han convertido, en el siglo XXI, en palabras irrelevantes para la vida civil, por no hablar de la vida económica; y siendo irrelevantes para la vida económico-civil corren el grave riesgo de convertirse en irrelevantes tout-court. La naturaleza de los carismas y de la gratuidad es profundamente civil y pública, y si se sacan de su ámbito natural y se relegan a una esfera privada o religiosa cada vez más estrecha, se convierten en palabras sin raíces, sin presente y sin futuro. Y así, de hecho, flatus vocis.

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